martes, 12 de febrero de 2013

Quiero hacerlo contigo.



Balbuceé tu nombre tantas veces que me atraganté. Hice una bola en mi garganta con toda la mezcla de emociones que fui tragándome en otras situaciones, no contigo, pero si los mismos sentimientos.
Por lo que tragué saliva, cerré y apreté los ojos con fuerza hasta que se humedecieron y crearon pequeñas lágrimas que ansiaron mi tormenta.
Respiré lo mejor que pude e intenté controlar el tembleque de mi pierna derecha, la cual me traiciona en muchas ocasiones como esta.
Miré el suelo, sucio, calles, Valencia...
Miré el cielo, sin mirar lo que había entre una cosa y otra. Cielo gris, cielo frío, cielo de febrero.
Me ajusté el anillo de coco, el reloj y el mechón de pelo que estaba haciéndome cosquillas en la mejilla durante un buen rato también lo ajusté. Al retirar el mechón rocé mi cara, me hizo sentir viva y gracias a aquel detalle miré de frente.
Estabas ahí, derecho, firme, con cara descompuesta, manos en los bolsillos, inquieto. Tu tembleque en la pierna era evidente, no tapabas tu miedo. Reflejabas todos tus defectos sin más.
Sonreí de forma nerviosa y lo notaste, esa fue la señal, algo malo pasaba y los dos lo sabíamos.
Cantaré hasta quedarme afónica la melodía que aquella noche la lluvia hizo y enterró todos los recuerdos que un día nos hicieron sonreír en el autobús solo, en una cena con la familia, en la cama a las tantas de la noche.
Nuestros errores crean luego barreras.
Pero esto no quiere decir que ahora teclee un punto y final.
Todo esto quiere decir que no quiero hacer ninguna de las cosas nombradas anteriormente.
Punto y final del texto, no de sonreír al recordarte.


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